National Post 08/11/2015
FOTOGRAFÍA AFP / RODRIGO BUENDIA El presidente ecuatoriano Rafael Correa y un habitante muestran sus manos cubiertas de crudo en el pozo Aguarico 4 en Aguarico, Ecuador, el 17 de septiembre de 2013.
Las cortes de Ontario están tomando un papel en una histórica disputa jurídica, internacional, propagandística y de compra de influencias, entre una poderosa compañía petrolera y los defensores de víctimas indígenas-campesinas de la selva ecuatoriana. De hecho, canadienses, si sus medios de comunicación reconocen lo que está en juego, podrán observar el inmenso cinismo y corrupción del personaje legal estadounidense, mientras comparte unas cuantas migajas de apoyo en la gentil rama canadiense del cartel legal de Occidente.
La prominente compañía petrolera Texaco fue parte del consorcio con el gobierno ecuatoriano con 37.5 por ciento de participación de 1964 a 1992 en la industria petrolera de ese país, pero vendió su parte al gobierno ecuatoriano a un precio previamente acordado, y pagó la totalidad de su responsabilidad por la limpieza ambiental que se suscitó, y fue liberada por el gobierno de toda responsabilidad futura en 1998. Considerando impuestos, Ecuador cobró 93 por ciento de las ganancias del consorcio a lo largo de 28 años, y no limpió su parte del daño ambiental.
Se entabló una demanda contra Texaco a nombre de 30.000 indígenas andinos, habitantes de la región de Lago Agrio de Ecuador en 1993, y el caso fue tomado por el abogado activista de Nueva York, Steven Donziger, desde sus inicios. Donziger anteriormente fue un periodista en Centroamérica, y se graduó de la Escuela de Derecho de Harvard (donde jugó baloncesto con Barack Obama). Texaco fue adquirida por Chevron en 2001, nueve años después de que Texaco abandonó Ecuador. Pero la demanda de Donziger, inicialmente por US $113 mil millones por lo que él llamó el “Chernóbil de la Amazonía” en una campaña masiva intensa de relaciones públicas, debido a piscinas tóxicas, agua potable envenenada, y grandes incrementos de defectos de nacimiento y enfermedades crónicas, alegó que el arreglo de Texaco con el gobierno de Ecuador fue un fraude y que la compañía había realizado un pago simbólico a funcionarios sobornados y negligentes.
Las acusaciones tocaron todos los puntos sensibles: medioambiente, indígenas que habitaban la zona, gobierno corrupto, una multinacional sin escrúpulos; y la revista New Yorker, 60 Minutes de CBS, el director de cine Joe Berlinger, y el Sundance Film Festival de Robert Redford cayeron en la farsa.
El caso fue presentado originalmente en Estados Unidos, pero Chevron, que no le comunicó a sus accionistas de la existencia del caso antes de comprar Texaco, logró que se trasladara a Ecuador y se comprometió a acatar la decisión de esa jurisdicción poco confiable (incluso según los escabrosos estándares estadounidenses). Las cortes de EE. UU. escogieron a Ecuador como el lugar a celebrar el juicio, y la demanda se entabló ahí en 2001. Los procedimientos se estancaron y se trabaron con contadores legales funcionando hasta 2011, cuando la corte ecuatoriana falló contra Chevron y emitió una sentencia judicial por US $18 mil 500 millones, que posteriormente fue reducida a $9 mil 500 millones por la corte suprema de ese país. Para entonces, los medios de comunicación de EE. UU. y la industria cinematográfica ya habían adoptado la causa como digna de defender.
El músico Sting y su esposa Trudie Styler, así como la actriz Daryl Hannah, estuvieron entre los vigorosos defensores de los demandantes. Cualesquiera que sean los méritos del caso, la Srta. Hannah se merece el crédito por defender el amor de los estadounidenses por colocar esposas a las personas, siendo ridículamente cooperativa en aparecer ante las cámaras en demostraciones medioambientales, como las que se celebraron contra el Oleoducto XL, hasta llegar al ridículo punto de esposar sus muñecas detrás de su espalda. (Me relajé mucho en relación a ello cuando estuve en prisión en EE. UU., pero aparentemente es un pilar psicológico adictivo de la policía y de los guardias de prisiones estadounidenses).
Chevron fue provocada, y a diferencia de la mayoría de las corporaciones estadounidenses cobardes, no se iba a echar para atrás. Un portavoz dijo que la compañía “pelearía hasta la que el infierno se congele” y después, “pelearemos sobre el hielo”. (Donald Trump tenía toda la razón en denunciar al presidente de Morgan Chase, Jamie Dimon, por capitular a nombre de sus accionistas ante el Departamento de Justicia de EE. UU., por $13 mil millones). Donziger ha traído a algunos de los demandantes para que muestren sus atuendos nativos ecuatorianos frente a las cortes de Manhattan, organizó una interrupción de la reunión de accionistas de Chevron, y organizó “tours tóxicos” para medios de comunicación y celebridades, que fueron ejercicios totalmente exagerados para un descarado lavado cerebral.
Un momento clave importante fue el lanzamiento de la película Crudo en 2009, que empleó un extenso material filmográfico de los espantosos desechos petroleros cuya limpieza ha sido responsabilidad del gobierno ecuatoriano, y los presentó como si fueran desechos de Texaco. Chevron lanzó un contraataque masivo, eventualmente acusando a Donziger personalmente en una demanda entablada en Nueva York, por extorsión, chantaje, soborno, lavado de dinero, crimen organizado, fraude electrónico, manipulación de testigos, obstrucción de la justicia y diversas violaciones a la Ley Contra Prácticas Corruptas en el Extranjero y a la Ley Federal contra la Extorsión y Organizaciones Corruptas. Chevron subpoenaed (obtuvo a través de las cortes) exitosamente 600 horas de escenas no utilizadas de Crudo. Este material filmográfico incluyó diversos comentarios sorprendentemente indiscretos y dañinos hechos por Donziger, que revelaron que el supuestamente neutral experto de limpieza medioambiental (Richard Cabrera) que fue designado por la corte, estaba de hecho en la nómina de los demandantes, y donde se afirmaba que el resultado del caso dependería de la presión política.
Antes de llegar a la casi inmaculada tranquilidad de las cortes canadienses, la saga había escalado a una guerra termonuclear entre las profesionalmente pervertidas excentricidades legales estadounidenses, los defensores medioambientales más vehementes, y los elementos estridentes de medios de comunicación e industria del entretenimiento izquierdistas por un lado, e iniciativa corporativa y determinación ilimitadas por el otro, en gran medida llevada a cabo en el fango de la corrupción y demagogia políticas sudamericanas. (El presidente izquierdista ecuatoriano Rafael Correa con singular alegría se interpretó a sí mismo en la película).
Conforme fue procediendo la contrademanda de Chevron, decenas de miles de emails, diarios de individuos, así como registros bancarios, telefónicos y de mensajería, revelaron evidencia de que el juez federal, Lewis Kaplan, consideró de manera convincente para determinar que el juez del juicio ecuatoriano, Nicolás Zambrano, fue sobornado por Donziger con una suma de US $500,000, y que los mismos consultores de Donziger escribieron el informe del ingeniero consultor independiente, Cabrera, y los hallazgos suplementarios posteriores a una demanda falaz de Donziger por una compensación mayor. Cuando esto salió a la luz, los consultores a los que Donziger había comprometido para escribir las opiniones de Cabrera, fueron despedidos por su respetado empleador en Colorado por conducta no ética. También se supo que Donziger y sus colaboradores escribieron la totalidad de la sentencia de 188 páginas que Zambrano presentó contra Chevron. Zambrano ni siquiera se molestó en resumir alguna de la evidencia que él mismo alegó en la mencionada sentencia, que fue escrita por alguien más. Toda la conspiración se derrumbó cuando un colega de él, el juez Alberto Guerra, entregó evidencia a Chevron y testificó, y fue corroborado, que él y Zambrano estuvieron vendiendo sentencias judiciales durante 30 años.
Guerra y Zambrano testificaron en la corte de Kaplan, y Kaplan descubrió que Zambrano ignoraba completamente el contenido de su propia sentencia contra Chevron y concluyó que Guerra era creíble, aunque él se benefició de la generosidad de Chevron, incluyendo lo que Kaplan describió como “un programa privado de protección de testigos”. Kaplan también concluyó que Donziger, además de los delitos ya mencionados, falsificó evidencia, incitó falso testimonio, y conspiró en la producción de declaraciones juradas falsas empleadas en 16 cortes diferentes de EE. UU., cometió perjurio en su corte, y que, de manera general, la sentencia ecuatoriana fue un “fraude indignante”. El funcionario que tomó los diversos testimonios de Donziger, informó a Kaplan que él fue “evasivo, indiferente y trabajaba para sí mismo”. Estas cuestiones no se tratan en la prensa a favor o en contra de uno u otro lado, pero el respetado escritor legal de Fortune Magazine, Roger Parloff, escribió en septiembre de 2014, que “Si los hallazgos del juez Kaplan son firmes, la conducta de Donziger … ha constituido un maratón de obstrucciones que difícilmente una corte estadounidense ha observado antes”. Después de mis propias experiencias e investigación de ese sistema, no estoy de acuerdo en que dichas atrocidades sean extrañas en Estados Unidos, pero The Wall Street Journal puede tener razón en llamarlo correctamente el “Fraude legal del siglo” en marzo del año pasado.
Donziger ha apelado el veredicto del juez Kaplan, pero cuestionando la jurisdicción de Kaplan sobre Ecuador, y su orden legal de prohibición de cualquier intento de cobro de la compensación de la sentencia ecuatoriana en cualquier jurisdicción. Donziger también ha alegado en la apelación que las acusaciones contra él no tienen nada que ver con los hallazgos de contaminación medioambiental en Ecuador, tal y como se determinó por las cortes de ese país. Parloff está anonadado y alarmado por el pronunciamiento de Donziger, y hasta ahora tiene una confianza bien fundamentada en que el muy agresivo y fanático de estar en primera plana, el fiscal general de EE. UU. en Nueva York, Preet Bharara, nunca ha actuado en base a los hallazgos de un juez federal de delitos criminales de esas dimensiones. La condena en una corte penal por todos los cargos, daría a Donziger una larga sentencia en prisión mayor que la estricta sentencia de Bernard Madoff a 150 años.
En septiembre de este año, la Corte Suprema de Canadá autorizó a una corte de Ontario para que realizara una audiencia y escuchar la solicitud de Donziger et al. para ejecutar la sentencia ecuatoriana en Canadá. Este caso debería lavar todos los trapos sucios del juicio de Kaplan, y es inconcebible que una corte de Ontario diera más peso a la confesa corrupción de Ecuador que a una decisión estadounidense que, aunque EE. UU. son una jurisdicción que Canadá siempre debe ver con escepticismo, en este caso ha aportado una gran cantidad de evidencias concretas que destruyen casi completamente la denuncia original. Los activos canadienses de Chevron podrían cubrir el monto total de la sentencia ecuatoriana de US $9 mil 500 millones, pero no son mantenidos directamente por la compañía demandada en el proceso original, e incluso no está claro qué recurso tendrían Donziger y sus clientes si salieran triunfantes en Ontario, ya que nuestra Corte Suprema no comentó acerca del caso original, solo acerca del derecho de los ecuatorianos a demandar aquí.
Los bufetes legales de Toronto involucrados son respetables y me han respaldado a mí en varias ocasiones a lo largo de los años, pero la aceptación por parte de las cortes canadienses de esta dudosa acción, donde Canadá no tiene jurisdicción posible, ilustra sobre todo la avaricia auto-perpetuadora del cártel legal internacional. No está claro, más allá del lucro y de la falsedad, por qué a Donziger se le dan más alas y a Chevron se le incomoda ligeramente, trayendo esta vulgar y venenosa farsa hollywodesca a este país. El respetable Alan Lenczner, que representa a los clientes de Donziger, dijo hace unos meses que la evidencia de soborno en Ecuador es “muy sospechosa”. No lo creo, y cualquier abogado y juez canadiense honesto debe ser cauteloso en esta selva extranjera, sin importar qué confites de dinero y publicidad estén bailando sobre su cabeza.
Esta es una traducción no oficial realizada por Chevron. El artículo original en inglés puede ser visto aquí
Fuente OriginalNotas relacionadas