Interamerican Institute for Democracy 27/02/2017
El 24 de mayo Rafael Correa abandonará la presidencia de Ecuador. Falta poco. No se desesperen. Lo entiendo: ha sido largo y doloroso. Lleva una década en el poder. Ese día comenzará a gobernar quien gane la segunda vuelta del 2 de abril. Si los demócratas de la oposición se mantienen unidos, Guillermo Lasso deberá sucederlo en el cargo.
¿Quién es Rafael Correa, este personaje contradictorio que se hace llamar neodesarrollista, socialista del siglo XXI, católico partidario de la Teología de la Liberación, nacionalista de izquierda, y, encima, canta y toca la guitarra?
¿Estamos en presencia de un comunista disfrazado, como lo fue Fidel Castro hasta que confesó su verdadera militancia en 1961 tras haberla negado previamente media docena de veces?
No creo que Correa sea comunista. Es otra cosa. Aunque es un economista mediocre sin investigaciones originales, sabe lo suficiente para advertir que las ideas de Marx son disparatadas.
Pese a su discurso ante las cenizas del Comandante en noviembre del 2016, transido de admiración y radicalismo, Correa es la quintaesencia del populista latinoamericano. ¿Cómo se sabe? Se sabe por el estudio de sus síntomas. El populismo es un síndrome.
No hay la menor contradicción en ello. Los Castro y Rafael Correa se hermanan en la devoción populista, en el autoritarismo y en el histrionismo. Correa es fidelista a fuer de ser populista. Perón también simpatizaba con Fidel y viceversa, como les ocurría a Mussolini y a Lenin. Se amaban en secreto, como en los boleros.
Naturalmente, se puede ser populista y comunista o fascista. Eso no importa. Hay populistas a la derecha y a la izquierda del espectro político. El populismo son medidas de gobierno para conquistar el poder y mantenerse en él. Está relacionado con la psicología profunda del que manda. Incluso, no faltan líderes y partidos democráticos que, lamentablemente, exhiben algunos elementos populistas.
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