The Dispatch 09/01/2023
Un juicio contra las compañías petroleras refleja los intentos progresistas de criminalizar el desacuerdo / Foto: The Dispatch
“Ya está aquí el primer juicio por chantaje climático”, afirma Slate.
Eso no es del todo cierto. Lo que ocurre es que el primer gran caso de crimen organizado relacionado con el cambio climático no fue lo que se podría haber esperado.
El primer gran caso de extorsión climática, que no recibió una cobertura festiva en Slate ni otros medios afines, fue una acción exitosa contra activistas climáticos corruptos liderados por Steven Donziger. El compañero de baloncesto de Barack Obama, con profundos vínculos con los demócratas de Nueva York, había tratado de extorsionar a Chevron con miles de millones de dólares en un episodio realmente escandaloso que involucró de todo, desde el soborno a jueces hasta la fabricación de pruebas. Debajo de todo el lavado de cara ecológico (activistas climáticos destacados, incluido el músico Roger Waters, tenían un porcentaje de participación en el caso corrupto, al igual que algunos grandes demócratas y figuras de los medios), en el fondo, se trató de uno de los mayores intentos de extorsión de los tiempos modernos. Si quieren tener una idea de la causa, consideren esta pequeña información de la opinión de la corte federal sobre el caso: “Las acciones indebidas llevadas a cabo por Donziger y su equipo legal ecuatoriano resultarían ofensivas para las leyes de cualquier país que aspire al Estado de Derecho, incluso para Ecuador –y ellos lo sabían. De hecho, un miembro del equipo legal ecuatoriano, en un momento de honestidad por haber entrado en pánico, admitió que si salieran a la luz documentos que exponen sólo parte de lo que habían hecho, “aparte de destruir el juicio, podemos ir todos tus abogados a la cárcel”.
La corte agregó:
Este caso es extraordinario. Los hechos son muchos y, en algunos casos, complejos. Incluyen cosas que normalmente sólo suceden en Hollywood –correos electrónicos en código entre Donziger y sus colegas en los que se describen sus interacciones privadas con jueces y un perito designado por el juez y sus maquinaciones dirigidas a manipular a los jueces y a dicho perito, así como también sus pagos desde una cuenta secreta a un perito supuestamente neutral, un abogado que invitó a un equipo de filmación a innumerables reuniones privadas de estrategia e incluso a reuniones ex parte con jueces, un juez ecuatoriano que alega haber redactado la sentencia que condena al pago de miles de millones de dólares pero que era tan inexperto y se sentía tan incómodo en causas civiles que hizo que otra persona (un exjuez que había sido destituido de su cargo) redacte en su lugar algunas decisiones judiciales en materia de derecho civil; una dactilógrafa de 18 años que supuestamente hizo trabajos de investigación en Internet sobre el derecho estadounidense, inglés y francés para el mismo juez, que sólo sabía español, y mucho más.
¿Por qué sacar esto a relucir? Porque el intento de extorsión liderado por Donziger da un contexto útil para el caso actual.
Como me explicó una vez un ejecutivo petrolero: “Puedes decir lo que quieras sobre nosotros. Somos los acusados más incomprendidos de la Tierra”. Puede que el activismo climático que busca veredictos multimillonarios de las compañías de energía no sea siempre extorsión, pero es una extorsión potencialmente lucrativa. Fuimos condicionados por décadas de entretenimiento de segunda categoría (El informe pelícano, Erin Brockovich, otros crímenes contra la inteligencia protagonizados por Julia Roberts) a pensar en las compañías de energía y las empresas industriales como los malos en todas las historias, lo que nos llevó a rechazar como un absurdo la idea de que los autoproclamados salvadores del clima puedan ser otra cosa que los héroes de la historia.* Pero sabemos que eso no es cierto. Los héroes no sobornan a los jueces ni falsifican pruebas. Fuera de los estados policiales, los héroes no suelen terminar encarcelados (Donziger salió con arresto domiciliario) o inhabilitados.
La teoría del juicio por crimen organizado presentada en nombre de los intereses puertorriqueños es que los demandados —Exxon Mobil, Shell, Chevron, ConocoPhillips, Anadarko, Peabody, Rio Tinto, et al., sin mencionar a “XYZ Corporations 1-100 y Fulanos de Tal 1-100”— no tienen el derecho legítimo de estar en lo que los demandantes creen que es el lado equivocado del debate sobre el cambio climático. Como dice el informe publicado en Slate, los demandados están acusados de organizar una campaña de defensa de un problema “realizada a través de una red de dinero negro invertido en grupos de expertos, instituciones de investigación, grupos comerciales y empresas de relaciones públicas, que proporcionó una hoja de ruta para una empresa abierta que todavía se implementa”.
(A propósito, desconozco si hay algún conflicto de intereses directo para mí en este asunto, pero en interés de la divulgación completa: Soy escritor residente del Competitive Enterprise Institute, que se menciona en el juicio, al igual que dos de mis colegas de CEI, ninguno de los cuales está entre los demandados. No tengo conocimiento de ninguna contribución de ninguna de las firmas nombradas a organizaciones sin fines de lucro con las que he estado asociado, pero me sorprendería si no hubiera ninguna. La chiflada versión de conspiranoia de Hollywood y Twitter sobre cómo opera el mundo no es cómo funciona este mundo; las organizaciones sin fines de lucro con las que he trabajado, generalmente excelentes, con los años no me pidieron que escribiera sobre x, y o z para complacer a algún donante; es más bien lo contrario: hay donantes de diversas tendencias e intereses políticos que se sienten atraídos (¡o repelidos!) por el tipo de trabajo que hago. En cuanto a The Dispatch, este es un negocio con fines de lucro que no tiene detrás a ningún sombrío benefactor corporativo. Vivimos de los ingresos por suscripción).
Durante años, los progresistas han buscado formas de criminalizar el desacuerdo —y aquí uso la palabra criminalizar en tono dramático. Adam Weinstein, al escribir en Gawker con el sencillo titular “Arresten a los que niegan el cambio climático”, argumentó que deberíamos arrestar a la gente por decir cosas equivocadas sobre el cambio climático. Robert F. Kennedy Jr. ha pedido que se encarcele a la gente por sus ideas erróneas sobre el clima. El profesor Lawrence Torcello, del Instituto de Tecnología de Rochester, escribió un extenso artículo en el que describe un marco legal para enjuiciar el delito de “negación del cambio climático”. Estos no son valores atípicos marginales. Afortunadamente, el intento de los demócratas de Nueva York para que la defensa del clima de Exxon se trate como un fraude bursátil fue rechazado, afortunadamente, en las cortes. Se han emprendido esfuerzos similares para castigar a la Asociación Nacional del Rifle por su defensa notablemente efectiva, pero la sombría perspectiva de arrojar a sus oponentes políticos al Gulag no es tan dulce como liberarlos de unos pocos miles de millones de dólares.
La cuestión climática no es una cuestión científica, sino política, sobre la que hay, ha existido y seguirá existiendo un importante desacuerdo. Hasta ahora, el ala radical del movimiento climático ha demostrado ser un perdedor político constante: los habitantes de Apelmeric y otros pueblos del mundo no están dispuestos a pagar el precio que implicaría adoptar la versión más radical de la agenda climática. Pregúntenle a Joe Biden cómo se sienten los estadounidenses con la gasolina a $ 6 y luego extrapolen cómo se sentirían si la gasolina costara $ 200. Las empresas como Exxon obviamente tienen sus propios intereses financieros en esto (aunque no son tan sencillos como se podría suponer), pero no hace falta que el Instituto Americano del Petróleo diga que los estadounidenses no están dispuestos a renunciar a sus automóviles ni a pagar mucho más de lo que pagan actualmente por cargar combustible. El problema del clima implica temas de prioridades y compensaciones, sin mencionar las cuestiones de los bienes en competencia: El consumo de derivados del petróleo produce contaminación, pero también ayuda a alimentar a las personas, a albergarlas, a vestirlas, a calentarlas, a proporcionarles medicamentos y agua potable, etc. Esto no es una cuestión de sombreros blancos contra sombreros negros.
Lo que quiere decir que los ecologistas no han perdido la lucha política debido a una oscura conspiración de las compañías petroleras: han perdido la batalla porque la gente no compra lo que vende, mientras que literalmente compra lo que vende Exxon y no está dispuesta a pagar precios más altos por ello. Esa no es necesariamente la posición correcta: yo mismo soy partidario de un enfoque relativamente reacio al riesgo en la cuestión climática. Pero dar un cimbronazo a una docena de empresas de energía por miles de millones de dólares no va a mejorar la situación de Puerto Rico. Va a mejorar mucho la situación de un puñado de abogados, consultores y activistas adinerados. Estoy seguro de que ninguno de ellos usará el dinero sucio para viajar en un jet privado o (¡ángeles y ministros de la gracia nos libren!) para cargar combustible a un yate.
Se puede ganar mucho dinero con la piedad ecológica y sus practicantes, cuyo cinismo y afán de lucro nos hacen recordar a los televangelistas de finales del siglo XX. Esto debería tratarse con el mismo desprecio que Jimmy Swaggart y los de su calaña se ganaron a pulso.
Corrección, 6 de enero: Este artículo originalmente nombró erróneamente a la película Informe pelícano.
Esta es una traducción no oficial realizada por Chevron. El artículo original en inglés puede ser visto aquí
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