La Tercera 13/02/2018
Foto: Reuters
Lo ocurrido en Ecuador el domingo pasado reviste una importancia que desborda largamente el perímetro geográfico de ese país y sintoniza con una tendencia notoria en la América Latina de estos tiempos: el repudio del populismo. Conviene no olvidar que Rafael Correa, gran derrotado en las cinco preguntas del referéndum y las dos preguntas de la consulta popular que promovió el gobierno de Lenín Moreno, llegó a acumular en su momento un poder descomunal gracias al populismo. Gobernó durante diez años que parecieron cien, derrochó tanta demagogia como Hugo Chávez y Nicolás Maduro sin establecer una dictadura pero zahiriendo sistemáticamente la democracia, e implantó un sistema económico intervencionista y controlista que gozó, mientras duraron los petrodólares, de una aceptación social amplia a pesar de la corrupción. Todo eso hace agua hoy y América Latina debe agradecerlo, pues el plan de Correa era que la Revolución Ciudadana, con Lenín Moreno instalado en el Palacio de Carondelet, siguiera su curso a la espera de su regreso al gobierno.
Desde el inicio, Moreno comprendió que desmontar el correísmo era la primera prioridad si quería ser algo más que un Presidente-títere y si quería enderezar el rumbo torcido de su país. Correa, a su vez, comprendió que su destino político, y acaso penal, estaban en juego. El referéndum y la consulta popular del domingo pasado fueron el momento decisivo de esa pugna. Por eso es trascendental para Ecuador y la región que en las siete preguntas, cinco en el referéndum y dos en la consulta, Moreno haya prevalecido sobre su oponente. Esas preguntas apuntaban, entre otras cosas, a acabar con la amenaza del retorno de Correa (la reelección ilimitada), a romper el mando del correísmo sobre el sistema de controles democráticos (la posibilidad de modificar la composición del órgano que elige a esas autoridades) y a eliminar algunas leyes expropiatorias (la llamada Ley de Plusvalía). En todos los casos el “sí” superó cómodamente el 60 por ciento y en alguna preguntas, por ejemplo sobre la inhabilitación de los corruptos, incluso el 70 por ciento. Ecuador se prepara, por tanto, para reformar su Constitución por tercera vez en una década.
Siguiendo la tradición adánica de los hombres fuertes, civiles o militares, Correa se hizo dar una nueva Constitución (la vigésima de la República) en 2008 y la fue enmendando para satisfacer sus fines personales, especialmente en 2015, cuando hizo autorizar, por primera vez desde la fundación del país en 1830, la reelección ilimitada. Moreno, que había sido vicepresidente de Correa pero había dejado el cargo en 2013, se había opuesto a la posibilidad de la reelección ilimitada. Una vez en el poder, manifestó la voluntad de revertir esa decisión y, con acertada intuición acerca del estado de ánimo ciudadano frente al legado autoritario del anterior gobernante, movilizó al país contra esa aberración jurídica y política. Al hacerlo, entró en campaña también contra la posibilidad de que él mismo fuera reelecto en el futuro más allá de dos periodos consecutivos de cuatro años cada uno.
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